Dos explosiones y una serie de tiroteos han roto la calma chicha propia de las primeras mañanas de Ramadán en el centro de la capital de Afganistán. Según el Ministerio del Interior, hombres armados han lanzado un ataque en el distrito de Shahr-e-Now, en las inmediaciones de la sede de la Fiscalía y frente a la sede de la ONG internacional CARE. El atentado, que ha dejado al menos nueve heridos, según el Gobierno, ha sido reivindicado por los talibán y embarra el proceso de paz en el que están implicados.
«Una red estadounidense involucrada en acciones dañinas occidentales dentro de Afganistán, bajo ataque de los muyaidín del Emirato Islámico de Afganistán», ha confirmado, a través de su cuenta de Twitter, el portavoz de los Talibán, Zabibulá Muyahid. De sus palabras se desprende que el objetivo del atentado era la organización CARE, dedicada a tareas humanitarias en el atribulado país. Su sede ha resultado dañada por las explosiones.
«Al menos nueve personas han resultado heridas y han sido trasladadas a los hospitales», ha confirmado a medios afganos Wahidulá Mayar, portavoz del Ministeri de Salud
Interior ha explicado que miembros de la Unidad de Acción Rápida de la Policía Antiterrorista se han desplazado al lugar para confrontar a los atacantes. Es el segundo ataque de este tipo en 20 días. Cuatro asaltantes suicidas acabaron con al menos una docena de personas en el Ministerio de Información, el 20 de abril pasado.
Afganistán está en plena convulsión, pese a que Qatar está alojando conversaciones entre EEUU – que pretende retirar las tropas del país – y los talibán, la poderosa organización fundamentalista islámica que antaño expulsaron del poder y que aspira, ahora, a recuperarlo. El Estado Islámico y Al Qaeda también tienen un pie en el país y ánimo de matar.
Coincidiendo con el inicio de la primavera, los talibán, que controlan una importante porción de las zonas rurales del país, anunciaron el inicio de la Operación Conquista. Su objetivo expreso es expulsar a los «invasores extranjeros», principalmente las tropas estadounidenses, y forzar la claudicación del ejecutivo de Ashraf Ghani, al que acusan de depender del exterior y con el que se niegan a negociar directamente.
Aunque los talibán han moderado su discurso rigorista, e incluso han aceptado reunirse con mujeres representantes de la sociedad civil afgana, sus críticos los acusan de lanzar una ofensiva de terciopelo sin renunciar a la violencia, que se ha vuelto el pan de cada día. Frente a ellos, los talibán se erigen en defensores de las víctimas de las operaciones occidentales en el país, en una guerra que apenas ha cesado desde 2001. Según la ONU, la Coalición occidental y las fuerzas de seguridad afganas mataron a más civiles – 305 -, durante los tres primeros meses de este año, que las fuerzas insurgentes.
El Mundo
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